Las palabras acaban por quemar
y tú no te das cuenta.
Por supuesto que no.
Tus encías no dan tregua
y llenas tu boca de café
en esa hora de las doce y media.
Tú me miras, y yo huyo
de tus sonrisas de ojos azules.
No quiero transpirar mis miserias
cuando me dices qué tal el día.
Sales de mí, te vas,
vuelves;
tu imagen me sangra
y sólo quiero arañarme
para no gritarte.
Tus palabras terminan por perderse
y al hablar no te entiendo,
o no quiero escucharte.
Dan la una. Yo pago la cuenta.
Había acabado
por no soportar tu efusividad.
Suspiro. Me alivio.
Será necesario acercarse a las distancias.