miércoles, 27 de junio de 2012

La noche de vuelta



La noche.
Otra vez de vuelta.
El cielo negro me presenta sus vacíos
y la ventana me ofrece el desierto.

Una luz se enciende.
La ciudad respira en el edificio de enfrente
mientras yo juego a fingir que no existo
y a que las palabras logran escapar
de la boca como ese grifo abierto,
esa huida que cruza la pereza en la madrugada.

Ahora es noche cerrada y tú duermes;
ahora es tu recuerdo y yo me quedo sin almohada,
sin espacio para mí mismo.
El insomnio hoy se hace carne
y yo voy contando sus latidos
como ese metrónomo que pausa los segundos
y los hace avanzar más lento:
lento como lo inmóvil que teme moverse
por miedo a despertarse,
por no tener que conducir hacia el horizonte
y chocarse con las líneas del decorado.

Es ese instante extraño
en el que el mundo entero
se ha pedido tiempo muerto.

viernes, 8 de junio de 2012

Dos



Qué importará que el vacío nos atrape, que la soledad nos oprima, poco a poco, casi sin que nos demos cuenta, y nos veamos ser islas desiertas en un océano demasiado oscuro. Qué importará nada de eso si podemos tocarnos, si conseguimos rozarnos al escaparnos una mañana o una tarde a eso de las ocho, cuando la luna ya sale a nuestra vista y va indicándonos el camino de los sueños. Qué más dará si siempre terminamos por encontrarnos en el medio de las vías, en el mismo cruce de vidas en el que un día nos dimos de bruces, nos chocamos el uno con el otro, y nos miramos, nos sumergimos en esa mirada de la que aún no hemos salido, ese abrazo anterior y ulterior al mismo tiempo con el que gustamos fundirnos, esas palabras suaves al oído, ese callar después en pos de no derramar ni uno sólo de nuestros latidos. 
Nos tenemos y nos tendremos…y nos añoramos, nos deseamos, un día, un tiempo, una eternidad que desajusta las horas en ese mundo que vamos creando con cada cita grabada en la memoria, cada tarde de tranquilidad, de esa paz que sólo se siente al erizarse la piel con cualquiera de tus caricias. De poco valen ya los vacíos, no si tú permaneces ahí, contemplándome con esos ojos enamorados que tanto adoro, esos ojos avellana vestidos de negro que van iluminando las esquinas de sombras de esa habitación extraña que solemos llamar mi mente.