La noche.
Otra vez de vuelta.
El cielo negro me presenta sus vacíos
y la ventana me ofrece el desierto.
Una luz se enciende.
La ciudad respira en el edificio de enfrente
mientras yo juego a fingir que no existo
y a que las palabras logran escapar
de la boca como ese grifo abierto,
esa huida que cruza la pereza en la madrugada.
Ahora es noche cerrada y tú duermes;
ahora es tu recuerdo y yo me quedo sin almohada,
sin espacio para mí mismo.
El insomnio hoy se hace carne
y yo voy contando sus latidos
como ese metrónomo que pausa los segundos
y los hace avanzar más lento:
lento como lo inmóvil que teme moverse
por miedo a despertarse,
por no tener que conducir hacia el horizonte
y chocarse con las líneas del decorado.
Es ese instante extraño
en el que el mundo entero
se ha pedido tiempo muerto.