viernes, 29 de julio de 2011

Mañana absurda de verano

Es curioso cómo el sol alumbra a trompicones un cielo embotado en un paisaje equivocado. Las nubes en la costa parecen absurdas en verano. Sin embargo, tienen en su inutilidad algo hermoso, algo mágico que sólo posee lo ilógico. La línea del horizonte también parece equivocada, confusa y perdida. No sabe dónde empieza el azul del mar y dónde acaba la espuma de las nubes. Amenaza lluvia y ella lo sabe; permanece expectante, paciente, esperando la convulsión de las mareas más peligrosas.

Hay barcos cerca de esa línea. ¿Habrán tenido mis mismos pensamientos los marineros al alzar la vista? Supongo que habrán maldecido entre dientes: mal día de pesca, mala suerte. Yo, por el contrario, creo haber encontrado el paisaje que andaba buscando. Las mañanas soleadas en la playa son demasiado previsibles, demasiado evidentes. No me acaba de convencer lo evidente. Prefiero algo tan mágico e inservible como esto —sólo nos sirve a los poetas —; prefiero estas olas alocadas y la soledad fría de la arena vacía. Es más íntimo, como un pase privado sólo para idiotas soñadores. Los demás parecen simplemente no ver mientras se quejan: “¡hoy no voy a poder tomar el sol!”, “¡el agua está demasiado fría!”.

Yo prefiero perder el tiempo con otras tonterías, como mancharme los dedos de tinta negra o manchar estas líneas de rastros de arena. Me gusta la bravura de las olas cuando se desatan y están, al fin, en su medio; es como abrir la jaula que las oprime, como darles un motivo para hacerse oír.

En estas mañanas de playa embotada todo parece más tranquilo. El sol se da un descanso y las sombrillas se dan el día libre. Todo parece dormitar en un estado natural, casi sin alterar. Las canciones del verano y los helados hoy no funcionan. Es como si el propio verano hoy estuviese descansando.

Hoy nada en la arena funciona. Sólo lo intacto, lo intocable y al mismo tiempo intachable. El devenir de los días de julio se ha atascado y lo ha sustituido lo imperturbable. Sólo importan los sueños que acaban flotando en esas nubes que acolchan la mañana; se mezclan con el salitre y acaban siendo respirables. Hoy el cuerpo descansa y el alma se divierte mientras las olas se ríen de la inutilidad de los bañadores y desayunan la costa. Yo sólo soy un par de ojos que observan y una mente que suspira; sólo soy esta estilográfica tranquila que muerde los días, que manchando las hojas mientras se consume la ceniza del calendario; sólo soy una mañana absurda de verano.

viernes, 1 de julio de 2011

The memory is cruel

¿Qué es eso a lo que algunos llaman mundo? ¿Empieza en el espacio-tiempo; acaba en los sueños? La respuesta a esas preguntas a mí no me corresponde encontrarla. No sé hacerlo, simplemente. Pero, ¿cómo responder a dudas con más dudas? Sí, esa es mi especialidad: no ser por culpa de pensar, es decir, ir hundiéndome lentamente en el barro apestoso de los malos pensamientos.


Sé que mereces una explicación. ¿Dónde has estado; por qué has tardado en venir; qué explicación tienes para ello? Todo eso dirás, todos esos reproches me los tirarás a la cara sin contemplaciones, como escupitajos emponzoñados; siempre irás armado con una mirada de juicios.

Mientras pienso en ti, en el tiempo que me has estado esperando (seas quien seas), escucho The memory is cruel de Russian Red. No es mentira nada de lo que dice –quizás no sea cierto nada de lo que yo digo -. La memoria es cruel, la memoria tiene algo mágico y trágico al mismo tiempo: que no olvida. Aunque creamos pasar página, persiste esa necesidad de perdernos en la que todos acabamos cayendo. Decidimos perdernos en ese mar fortuito y caduco del yo, de un yo de carne y hueso, de vida; un yo de recuerdos que hacen daño y al mismo tiempo nos alimentan cuando el presente resulta gris y el pasado demasiado atractivo.

Yo he vivido demasiado tiempo en ese extraño mar, he perdurado demasiado tiempo en un limbo gris que iba embotando mi cabeza. Las preguntas parecen mi medio, mi habitat. Persisto en un mundo que consigue arañarme y es precisamente eso lo que me araña (araña la piel, piel que cae y me daña).

Qué difícil es salir de esa memoria cruel, que difícil resulta conformarse con un presente en el que sólo nos queda perdurar, simplemente ser.