De nuevo la losa de los pasos
vacíos.
Otra vez las esquinas y los
rastrojos
de las sombras desgranadas
y los silencios más turbios.
Los hombros encogidos, las manos
cerradas.
(¿Sabría contar todas las melancolías
que se iluminan siempre con los
semáforos?;
esas melancolías de los suspiros
herméticos
que se cruzan con pensamientos
nocturnos).
Siempre la mirada hacia ninguna
parte,
parte escondida
en lo que siempre se siente
ausente.
De nuevo la triste puerta de
casa;
dentro aguarda la cueva fría
donde espera el vaso de las
lágrimas sueltas.
¿También hoy habré ido dejando
el mismo rastro de tinta
y el mismo manchar las aceras
con mi sangre más sincera?
Tras de mí, las huellas
inconfundibles
de los versos arrojados,
arrugados, sucios, despreciados;
los versos que tarde o temprano
se van confundiendo con los ojos
cerrados
y las ideas mal pensadas
del nuevo amanecer de engaños
renovados.