lunes, 26 de marzo de 2012

Nocturna




Otra noche más la vuelta a casa.
De nuevo la losa de los pasos vacíos.
Otra vez las esquinas y los rastrojos
de las sombras desgranadas
y los silencios más turbios.

Los hombros encogidos, las manos cerradas.
(¿Sabría contar todas las melancolías
que se iluminan siempre con los semáforos?;
esas melancolías de los suspiros herméticos
que se cruzan con pensamientos nocturnos).

Siempre la mirada hacia ninguna parte,
parte escondida
en lo que siempre se siente ausente.

De nuevo la triste puerta de casa;
dentro aguarda la cueva fría
donde espera el vaso de las lágrimas sueltas.
¿También hoy habré ido dejando
el mismo rastro de tinta
y el mismo manchar las aceras
con mi sangre más sincera?

Tras de mí, las huellas inconfundibles
de los versos arrojados,
arrugados, sucios, despreciados;
los versos que tarde o temprano
se van confundiendo con los ojos cerrados
y las ideas mal pensadas
del nuevo amanecer de engaños renovados.

miércoles, 14 de marzo de 2012

Tu pantomima


Al final, termina por ser cierto
que somos ríos indomables,
nubes flotantes,
pensamientos ambiguos
que se escapan a las rutinas.
Ya lo asegurabas cuando extendías las alas,
creabas vientos con las sonrisas
y vestías el aire al primer toque de carmín.

Será verdad que somos veletas,
nudos incandescentes,
sonidos diatónicos discordantes,
máscaras y murallas,
semillas extrañas de incertidumbres.
Ya lo afirmabas al perder los días
en el nirvana tranquilo de tu cosmos
y al medrar tus sonrisas
al transpirar los acordes rebeldes.

Yo terminé por aceptar los mandatos
del manifiesto de tus ojos esmeralda
y las ondas más hipnóticas del vaivén de tus danzas.

La soledad se vuelve el capricho de los inconformistas;
las vidas, sólo átomos que divisan compañías;
nosotros, el estúpido dúo de las locuras inciertas,
sentido asimétrico del inútil quemar de las tardes.

Tú en tu graciosa pantomima,
y en las verdades incoherentes
del roce de tus labios en mis neuronas.
Yo afirmaba y asentía,
seguía la lógica de la delicia de lo ilógico
y me sumergía en el correveidile
de todos los momentos en los que saltabas al vacío.
Yo era la marioneta consumida
por el trote confuso de la magia hilarante,
retazos de ceniza en busca de los secretos
que sólo arañaban la superficie.