viernes, 25 de mayo de 2012

La carrera que se detiene


Ayer, como en los mejores momentos, explosionó con la fuerza de lo fortuito y fugaz algo que, en el día anterior, sólo había sido un acto improvisado. Los alumnos y profesores del Grado y Máster de Filosofía de la Universidad de Zaragoza nos convocamos en Asamblea General cual Sala del Juego de la Pelota de ese 89 del mil setecientos. El resultado ha sido un parón indefinido de las clases en dicha carrera. Los motivos son de sobra evidentes. La criminalidad del Gobierno de España, que insta en crear desigualdad e injusticia, en quitarnos lo que es nuestro y dárselo a unos pocos que devienen oligarquía, el empobrecimiento de un sistema de educación en sí ya pobre y deficiente…son la causa principal de esta protesta que no hace sino unirse a toda una serie de movimientos sociales que han surgido, casi de forma redentora y sanitaria, como un “otro” a lo impuesto, en estos últimos tiempos y, en especial, estos últimos meses.

Aquí presento el pequeño e improvisado comunicado que ayer se creó y que resume (para qué más palabras) lo acaecido:
“La Asamblea de Filosofía, que incluye a alumnado y personal docente del Grado y Máster de la carrera de Filosofía, ha decidido realizar a partir de hoy, día 24 de mayo,  un parón indefinido de las clases para expresar su rechazo frente las actuales medidas tomadas por el Gobierno en materia de educación. Durante el tiempo que se prolongue la iniciativa se desarrollarán actividades alternativas y acciones de lucha. Hacemos un llamamiento al resto de la comunidad universitaria para que se una a esta propuesta”.  

miércoles, 23 de mayo de 2012

Huele a desigualdad


Se nota por las calles, ahí donde pisamos el suelo y nos sentimos incómodos, ahí donde se respira mal y no sabemos muy bien qué es lo que lo causa. Se siente ahí donde no puedes evitar girar la vista, o, por el contrario, quedarte muy quieto y observando, sin dar crédito a lo que ves o lo que oyes. Se percibe en una sensación inquieta, oscura y gris, siempre aletargada en ti mismo como una huella que perdura, ese tipo de huellas que sólo surgen cuando algo está mal y ese mal es intolerable. Y da igual por donde andes, aunque recorras fronteras, aunque te sientas un ser nómada que hace de su cuerpo su pasaporte. Poco importa. 
La atmósfera se agita ahí donde una bomba invisible está a punto de estallar, en ese segundo en el que el grito de ira se vuelve efectivo, donde la performance de la vida mísera arranca unos aplausos tristes. HUELE A DESIGUALDAD. Huele a injusticia. Las vidas que también lo huelen siempre fruncen el ceño; saben que algo se pudre: no somos otra cosa que nosotros mismos. Nos pudrimos todos en este desaire y este salto mortal, siempre vertical, siempre hacia abajo, siempre en el barro en el que, poco a poco y sin apenas darnos cuenta, nos vamos hundiendo poco a poco. 
Y repito que no importa de donde venga el olor, pues se encuentra en todas partes, en todas las esquinas de algo que nos parece apacible, en cada rincón o tras cada puerta. Huele a desigualdad en Shangai, en la antigua Yugoslavia, en la Rusia de Putin, la Italia de Monti, en las favelas de Río, en los campamentos saharauis, en las calles de Nueva York, o incluso aquí, en el barrio donde he crecido, San José, con ese aire suburbano que tanto se ha notado siempre en la nariz y con el que hemos venido aprendiendo. 
¿Dormirán bien por las noches aquellos cuya opulencia tiene como consecuencia la miseria de tantos otros? ¿Se sentirán bien los déspotas, los dictadores, los banqueros y los magnates? Puede que ellos también sientan ese olor incómodo y que, no obstante, huelan en cambio sus perfumes para mejor soportarlo. Mientras ellos fingen saber vivir sus vidas, nosotros apuramos las nuestras, en este sinsentido prefabricado, intentando no derramarla e ir saltando los agujeros que su opresión va creando en nuestro camino: esas nadas que desprenden ese olor putrefacto, olor incómodo, olor insoportable…olor a esa desigualdad tan interesada.


miércoles, 16 de mayo de 2012

Para que no te marches


Te venderé de nuevo esta noche.
Te venderé a mis sueños alegres
para que vayas construyendo mi camino;
te venderé por cuatro duros
y te volveré a comprar para que no te marches.

Te ataré bien fuerte con mis brazos.
Te ataré con los nudos de tu pelo
y haré que permanezcas sentada,
mirándome de nuevo otra tarde,
en una de esas donde no existen las paredes.
Te ataré bien fuerte para que no te marches.

Respiraré profundo
y terminaré por inhalarte,
absorberte poco a poco,
toda tú, descompuesta en tu perfume.
Te saborearé y te retendré
en lo más dulce de mis pulmones.
Te respiraré hondo para que no te marches.

jueves, 3 de mayo de 2012

Unnamed


Diremos hoy: “¿dónde están las esquinas de nuestros abismos; dónde las paredes de esta jaula nuestra invisible?” Pareciera que flotan los interrogantes. Van danzando a nuestro alrededor al son del Lago de los Cisnes y, de vez en cuando, se lanzan contra nosotros, siempre queriendo hacer daño, siempre consiguiéndolo. Poco a poco, nos vamos escondiendo de las agujas fúnebres del tiempo. “Pero, ¿qué es el tiempo?”, preguntas, “¿debemos escribirlo con mayúsculas o susurrarlo con la voz pequeña de aquello que se teme pronunciar? ¿debemos omitir su nombre e ignorar las agujas?” “El tiempo es algo que sólo se siente”, respondo. 
“¿Quién soy yo?”, inquieres, “¿qué es esa parte de mí que dice yo? ¿Por qué hay una otra cosa que no sea yo?” Me pongo un dedo en la boca y te hago enmudecer. Pronto te acaricio, pero tú desapareces, te escondes en las líneas de fuga de las paredes, formas parte del misterio indecible de lo que no cesa de envolverme, como esas niñas extrañas del cuadro de Klee. Pronto descubro que no eres; pronto descubro que sí eres; pronto descubro que no soy; pronto descubro que sí soy. ¿Qué ser y no ser? Esa no es la cuestión. No obstante, algo me dice en mí ̶ puede que seas tú ̶ que no vas a volver, y algo me dice que no eres nada distinto que yo, no eres un “otra cosa”. Tus preguntas son las mías, tu piel mi quimera. Al son de Satie, voy nadando entre el flotar inerte de todos los interrogantes, voy merodeando por este vacío que creo que es el mío, isla desierta y hastío a la primera hora de la tarde de un miércoles caduco. Ya no puedo gritar más improperios contra la metafísica, ya no puedo maldecir más a eso del Ser y el Devenir, cuando soy agua embarrada en la corriente de un flujo que arrastra mi “mal-vivir” y mi “mal-estar”. ¿Servirán hoy las nocturnas de Chopin como consuelo? ¿Servirá de algo sumergirse en los abismos libertinos del tocador de Sade?
El preludio parece cerrarse, como el telón de fondo de todo desconsuelo. Tu preciosidad es la ausencia, pequeña, y se vive siempre en la carne: ausencia de respuestas en el absurdo de esta existencia endeble, de este “Dasein” agonizante, de este maldecir al viento que acabe con el tiempo. Nos quedarán al menos los conciertos de Rachmaninov como reclamo, bucearemos en los rostros tristes de Buffet y en ese hastío permanente del spleen. No vas a volver esta noche. Ahora sólo queda el solipsismo más absurdo de la cueva nefasta de la habitación cerrada a cal y canto, sólo un “estoy aquí y estoy agonizando”. Será mejor así, de todos modos; dejemos que las preguntas sigan flotando suspendidas, dejemos que las vías descarriladas de este tren frenético sigan oxidándose, dejemos que las ideas se derramen de los cráneos como una presa abierta. Dejemos, simplemente, que la locura nos invada los huesos como el rocío nocturno de una luna llena.