domingo, 31 de octubre de 2010

Esos ojos

¿Qué tienen esos ojos? Su profundidad me ahoga, es lo único que alcanzo a ver. ¿De quien son? A veces, me lo pregunto. Esos ojos parecen surgidos de la nada, autómatas, independientes, un ser único y fascinante que me absorbe en el negro de sus iris.


¿Quien eres? Eres tan sólo una desconocida, eres sólo dos ojos. Y sin embargo, a pesar de ser una desconocida, he descubierto tu alma y las vicisitudes de tu mente; también tu locura y aquella extraña inquietud que hace que una parte de ti me haga alejarme. Sé que somos personas muy distintas en cuanto a la forma de ser. Sin embargo, nuestras inquietudes, paradójicamente, se parecen mucho. Y, por supuesto, están tus ojos...que me atrapan, me cautivan, me hacen olvidar todos los inconvenientes y problemas que supones.


¿Qué tendrán esos ojos?


Sólo sé que, cuando se clavan en mí, esa mente loca y compleja parece pararse y las palabras se traban más de lo normal en mi boca. Y eso me frustra...frusta ver como hay un elemento ajeno que parece bloquear mis pensamientos y volcar todo mi ser en una extraña impotencia. Y lo más frustrante de todo es no saber qué significa...pues no parece encajar con nada similar a lo vivido anteriormente. No es porque sea complejo y lleno de recoquecos. Todo lo contrario, parece carecer de elementos fundamentales de todo lo descriptible; y son precisamente esos vacíos los que me confunden, pues no completa ninguna idea en concreto. Es la extraña unión de conceptos incompletos que forman un sentimiento único que no había experimentado anteriormente...como si el vacío y la indiferencia luchasen contra los sentimientos y las emociones en una encarnizada guerra por el territorio.


Escalofriante.


Hasta ahora, sólo he llegado a una conclusión: y es que una parte de mí la ama, una parte de mí la teme, una parte de mí se fascina y otra parte simplemente no siente. No obstante, ante sus ojos, no hay cabida para la duda; pues no hay duda porque no hay vida y no hay vida porque todo flota. Su tensión es insoportable y, aunque suene a tópico, los segundos se transforman en horas y el tiempo en su reloj parece detenerse. Y es aún más insoportable al no saber cómo reaccionar, cómo aguantar ese pozo en el que me ahogo; esos ojos siempre adornados con una línea negra al más puro estilo de los góticos...acompañados de una ropa fascinante y una hermosa cabellera rizada...del color turbio del azabache.


¿Qué tendrán esos ojos?

miércoles, 20 de octubre de 2010

Gris...

Sigue siendo octubre y, sin embargo, parece como si el calendario hubiese avanzado bruscamente dos meses. Al salir por la puerta de casa, a esa hora en la que comienza a despuntar el sol por las mañanas, la mano gélida y terriblemente escalofriante del viento helado cala mis huesos, los cuales tiritan y se estremecen en la decadencia inexorable del calor que recorre mi cuerpo.


Todo se vuelve gris.


El cielo parece la metáfora perfecta de un estado de ánimo cada vez más deprimente: las nubes se apresuran a cubrir el azul cian con su manto mientras la espesa bruma etérea va inundándolo todo con su amargura. Parece que va a llover; a esas horas, siempre parece que va a llover...por lo menos últimamente. A pesar de ello, la mañana siempre transcurre su curso sin que una gota de lluvia moje mi cara de improviso...es como si la “physis” estuviese dispuesta a llevarme la contraria. ¿No decía Tales de Mileto que todo procedía del agua? Al parecer, Todo esta “en mi contra”.


¿Sería acaso una imaginación mía? Quizás las nubes grises solo formen parte de mi mente, mi imaginación, una metáfora perfecta de lo que significa mi estado de ánimo por las mañanas: terribles nubarrones.


El hastío me inunda y oigo mis huesos, adormilados, crujir. La pereza matutina me impide ir deprisa mientras mi cerebro, todavía embotado, observa el mundo desde una perspectiva lejana, como si lo que aconteciera en la tierra sólo fuese una ventana que observo despistado, como si ser se hubiese desprendido de improviso de mi cuerpo y ahora vagase en el reino de la duermevela, quedando relegado el mundo real a un segundo plano, oculta entre la espesura de una desconcertante neblina.


Todo sigue siendo gris: el más triste de los colores. Ya no hay rojos, ni azules, ni marrones. En estos momentos, sólo existe el gris...¿cuanto tardarán en llegar el resto de los colores? Probablemente con la cálida bienvenida del sol, ese momento en el que llegan de nuevo, hasta lo más hondo de mi corazón, los colores.


De momento, sólo existe el gris...

domingo, 17 de octubre de 2010

Todo comienza...

Es octubre.

Ando sólo en una estación de tren.
La gente pasa, se amontona entre aglomeraciones, el estío de la vida inunda a su paso, pinta con brochas tristes el gris de la amargura. Y, sin embargo, todo sigue siendo de colores, intensos y reales, pero imaginarios en mi pupila: el rojo de una maleta, o de un vestido, o quizás el carmín intenso de unos labios de dulzura; el azul, cian cielo, azul vaquero de unos pantalones que corren con prisa, o tal vez el del iris de una mirada que observa a lo lejos a su amada marchar; el marrón, ese color fresco de la madera, como el del reloj lento colgado de un pórtico con ornamentos zigzagueantes de Perséfone y su primavera, ese mismo reloj que dirige el tiempo y las prisas con el movimiento circular del segundero, dueño también de los minutos y las horas.

¿Y yo quién soy? Desde luego no pertenezco a aquel gentío. Mi historia no entiende de prisas, de un horario ajustado y de un vehículo que en diez minutos se marcha; carezco de maletas y poseo demasiado tiempo para observar a los que lo necesitan. En mi cuadro, cuatro ojos se despiden con pereza, enamorados se buscan y saltan entre abrazos
y besos al volverse a encontrar de nuevo, un niño corretea por el andén persiguiendo a un raíl que silva mientras su madre lo persigue entre gritos y el cansancio en la cara. Es simplemente el elenco de aquel extraño tapiz, los personajes secundarios de la obra de teatro.

Y yo, al margen de las vicisitudes de aquel elenco, suspiro a la vida y camino despreocupado; moviéndome monótonamente entre el anonimato de la multitud. Los observo, coleccionando miradas, inventando historias. Y a pesar de todo, continúo solo; avanzando, siempre avanzando, de frente y con unas zapatillas desgastadas por el ejercicio del vivir.

¿Adónde voy? ¿Adónde se dirige mi vida, esa tan complicada y extraña? El camino es el medio para hallar las respuestas, la forma de dar sentido a aquello que lo carece. Y por ello, deambulando entre los mecanismos repiqueteantes de un reloj en lo alto, escribo mis penas en un papel imaginario –ahora convertido en la locura de los ceros y los unos-, intentando clarear la bruma de la existencia que me atosiga.


De este modo mis dedos, incesantes y obsesivos, manchan la blancura nívea del papel, vomitando al mundo –para que las conozcan –mis Confesiones Icásticas.