Ayer, nuestro profesor de Teoría del Conocimiento nos lanzó,
casi a bocajarro, con la fuerza de un impacto, una pregunta incomodísima, de
esas que te pueden quitar el sueño: ¿qué es la verdad?
Después de hacer el ridículo en clase intentando aclarar mis
ideas en voz alta (craso error), me di cuenta de que esa es una pregunta
irresoluble. Yo, personalmente, no me veo lo suficientemente valiente como para
saber en qué diablos consiste eso de la verdad. Por supuesto, mis compañeros de
clase pergeñaron respuestas bien válidas, aunque no creo que fueran demasiado propias
(con perdón), si es que es eso posible. Yo, muy torpemente, acepté ponerme en
ridículo intentando buscar una definición que fuera mía. Esta definición, por
supuesto, tenía bastante de ridícula, bastante de inexacta y bastante de
errónea.
En el trayecto a mi casa, algo deprimido, mi cabeza comenzó
a fabricar interrogantes con el vértigo solamente posible de un caos
epistémico. ¿Qué diablos es la verdad? Supongo que a la primera conclusión que
llegué es que no tenía ni la más remota idea de en qué consistía, y no (creo
yo) por ignorancia, sino por un intento de rigor, tal vez, suicida. No
obstante, no es esto esa ignorancia socrática; es, ciertamente, una ignorancia
real y asumida, pero que no se queda ahí.
Ante una pregunta así, uno/a sólo puede masticarse los
sesos, para luego regurgitarlos (mis disculpas por lo peliaguda de la imagen) e
intentar sacar algo en claro de un amasijo de pensamientos. ¿Qué es la verdad? A
voz de pronto, tras haberme atormentado con un caos de preguntas, diré que la
verdad es hallar un estado de certidumbre. No obstante, esto ni siquiera es la
verdad misma, sino su consecuencia, el poso que deja en una mente que se
interroga. He aquí mi problema: me veo incapaz de aproximarme a la verdad de
una forma directa y transversal. Parafraseando a Ortega, sólo puedo ir dando
rodeos.
Así que, si la primera seguridad que puedo tener de la
verdad es la propia seguridad, es decir, la certidumbre, sólo me queda por
decir que la verdad es una quimera, un ilusorio estado, una meta que no se
alcanza. La certidumbre, como la verdad, es tan sólo un ensueño. Pero,
¿certidumbre? ¿Certidumbre de qué? Puedo hallarme en un estado de incertidumbre
holista, es decir, una incertidumbre global y, sin embargo, encontrar la
certidumbre al creer que algo es cierto. Y aquí es donde comienza el problema:
¿puedo estar claramente seguro/a de mi certidumbre particular? No lo creo. Como
he dicho antes, resulta fruto de un autoengaño (el caso paradigmático bien
puede ser René Descartes, que buscó encontrar aquello de lo único que podía
estar seguro, y creyendo haberlo encontrado, siglos después descubrimos que se
había equivocado, que se había engañado a sí mismo). Si siempre hay algo que me
hace dudar, no puedo encontrar la verdad. Sí, la verdad no es una, es múltiple.
Pero, entonces, ¿es eso verdad? ¿No deberíamos abandonar una categoría como
tal, que casi da vértigo, y asumir de una vez por todas que lo que hay no es
verdad (o verdades) sino puntos de vista, enfoques, posiciones? Soy partidario
de esta propuesta.
La vida es la primera maestra en eso de la incertidumbre. El
vivir bien puede ser eso: preguntas que se solapan y se yuxtaponen, dudas
irresolubles y otras que respondemos temporalmente, como un simulacro, para
hacer de esto del existir un lugar más llevadero. La filosofía, en mi opinión,
debería ser filo-alétheia, una
búsqueda (o un amor) de la verdad; y como toda búsqueda, un desesperado intento
que no termina por alcanzarse. Así, la verdad, que no sé exactamente qué es, sí
puedo saber que elimina mi tormento. Pero, paradójicamente, aquello que elimina
el tormento es la fuente de dicho tormento, o al menos, va solapada con esa
fuente inexorable: la vida misma. Al no poder alcanzar la certidumbre, mi
búsqueda me lleva a caer en una espiral de duda, y esta duda no es un fracaso,
quizás sea la mayor aproximación al éxito. Por eso, en mi opinión, podemos
invertir la tesis con la que he comenzado este ensayo en miniatura, y decir: la
verdad, si se acerca a algo, eso es la incertidumbre. Sólo en el preguntarse,
cuestionarse, y no conformarse con el simulacro de una respuesta podemos ver de
qué está hecha la verdad: de preguntas cuyas respuestas van caducando con el
tiempo, respuestas que no son sino una leve contingencia. En su contingencia,
todas las respuestas que podamos elaborar van a acabar pereciendo. Por eso hay
tanto de pluralidad y de levedad en la aproximación a la verdad, porque
nosotros mismos, los buscadores, tenemos en nosotros mismos tantísimo de leves,
de plurales y de contingentes, porque la propia vida va fabricándonos como
seres que, lentamente, van convirtiéndose ellos mismos en pregunta.
P.D.: consciente de no
haber dado en realidad una respuesta a ¿qué
es la verdad?, me he limitado a pergeñar, torpemente y con la inexactitud
propia de alguien que en realidad ignora, una aproximación a cuán paradójica me
resulta a mí su búsqueda. Por supuesto, estas breves respuestas aceptan todo
tipo de críticas y aproximaciones. He de confesar que esto sólo es un intento
de poner en orden, y por escrito, mi propia incertidumbre.