1:26 a.m.
La arena gira deprisa, como un carrusel que permanece
intacto en el tornado del tiempo. Los pies rasgan el aire que se estampa en la
ventana, que da a la puerta. Las manos rozan la luz falsa que me sobreviene
rasgando los párpados. Las escaleras de caracol suben y bajan pero mi cuerpo
queda dinámicamente inmóvil. Al traspié, subo cayendo por un precipicio de
nombre grabado en el muro.
2: 39 a.m.
Un resplandor juega a desnudarse con una diagonal envuelta
en negro. Hay curvas que carcajean y se mueven enmascaradas. Hay borrones que
se suman al suelo y otros que se dispersan. Oigo tambores que van marcando mis
pasos, dejando atrás sombras ennegrecidas que se pierden.
2: 51 a. m.
Cuando la superficie se resbala, una cebra acude al rojo y
un rinoceronte pasa a mi lado con la mirada encendida. Un susurro silba y
perfora mi oído. ¿Quién es ese compás que está gritando?
4:47 a.m.
El silencio interrumpe mi paseo. Intento forzar los pasos y el ritmo, pero hay un mutismo que me prohíbe el movimiento. Sus manos me sujetan los tobillos. Mis brazos nadan la oscuridad. El silencio aún tarda en disiparse. Una alarma de voz insidiosa se lleva por delante el fango de un metrónomo. El asfalto ha carcomido las pisadas negras.
5: 18 a.m.
Mi montaña rusa va abrazando las paredes, va acariciando el cemento y se va dando de bruces con estampas de pincelada blanca y amarilla. A veces, algo me toca y me lanza al aire; a veces, mi contorno se hace espeso y otras busca fundirse con la niebla. La nebulosa absorbe siluetas que juegan al escondite.
6: 00 a.m.
De un pozo lejano, me llega el sonido de nudillos golpeando una puerta, de voces que traspasan las paredes. Me alcanza la imagen de mí mismo fuera de mí. Es ese otro que soy yo cuando el espejo me devuelve la mirada. Me veo doblado hacia mí mismo. Colores de tonos cenizos interrumpen mi vigilia.
6: 35 a.m.
De súbito, como una puñalada que no avisa, como una pared que te asalta a la cara, la leve comodidad de mi certeza se desgarra como las sábanas de mi cama. El mundo ha vuelto a la hora en punto de nuevo, sin avisar de ante mano y sin filtrarse. Sin previo aviso, el frío despierta.
Frente a mí, la vida comienza a funcionar en una pequeña
plaza de la ciudad. Yo estoy apretado contra el muro de una casa mientras los
madrugadores van bostezando el inicio del día. Consciente, siento mis huesos
temblar y me caigo al suelo. Desorientado, me busco a mí mismo en esa
habitación. La vigilia se hace insoportablemente tangible. Ahora, quedo
atrapado en la realidad de nuevo. Buenas noches.