viernes, 28 de septiembre de 2012

Impulso de actos dramáticos


Impulso de actos dramáticos:
así es el roce de tu voz en mi inconsciente,
una confesión de deseos azarosos,
o un segundo de desorden
en el aire que transpiran nuestros cuerpos.

Contigo el caos se hace poesía;
Conmigo sueles cerrar un círculo perfecto
que sólo se dejaba ver en los portales,
a escondidas,
con susurros que se hacen piel
y se vuelven sudor
cuando terminas por convulsionar el aire.

Un segundo que se paraliza.
La muerte se degüella en una mirada
que cura heridas
de las que nadie se acuerda.
Una música, una escena improvisada,
un recuerdo que hace espacio en un cuerpo
que se desprende al caer la noche
en tu efervescencia. 

jueves, 27 de septiembre de 2012

Trazos de ceniza


Hice trazos de ceniza en una ciudad durmiente;

paso a paso,
consumí mi nombre en vasos de humo,
en espejos que desdibujé en la pared
o en la sangre que hice poesía.

Deambulé despacio haciendo de mí una distancia.

miércoles, 19 de septiembre de 2012

Renglones para ti


Tú ahí: un vestido nuevo y una sonrisa descarnada, tu aire de fiesta y tu sonrisa con ganas de jugar a perdernos; horizonte como decorado para ti, como una estampa apenas improvisada, una imagen que guardar en la piel. Tú como siempre: tu baile, tu cabello rubio despeinado, el rímel y el pintalabios que siempre acaba en mí. Tú y tus besos catárticos que voy almacenando uno a uno, haciendo inventario de todo aquello que me redime. Tu magia. Mi suerte.
No me escuches cuando oteo una mala melancolía, o un hastío raro que hace de mí ese perro verde que te enamoró, ese tipo que mira el vacío con ojos fijos y va apartando todas las preguntas de aquella existencia suya mientras camina. Al fin y al cabo, ese chico juega a perderse para que tú lo busques. Y ese chico no soy sino yo; ya sabes, dicen que la vida se va zurciendo a base de tragicomedias. Y contigo todo es una escena fugaz, eterna y rápida, un barrido y un fundido en negro. Jamás morirán las azoteas, ese cielo azul intenso, eléctrico, desbordante, y ese beso a oscuras –quien nos diría hace tiempo que robarlo acabaría siendo la mejor opción.


martes, 18 de septiembre de 2012

Demasiadas ventanas


Demasiadas ventanas,
pares de ojos que desnudan un cuerpo viejo,
una vida enjuta que tapa sus vergüenzas
en una habitación fangosa,

o tan sólo un espejo roto
para no multiplicar los testigos.

El pasado se hizo una fecha
y una carta solitaria. Algo maltrecho,
o una mala noticia,
un mal actualizar el presente
que no ha sabido seguir en pie.

Gota a gota,
fui tomando constancia de una crónica indeseada,
una ilustre agonía que parecía disfrazarse de engaño.
Este vacío será al fin y al cabo una ingrata compañía.

Y aunque respirase el mundo,
mi tráquea fue derramando un aire seco.
Fui sintiendo el tacto ácido de mi existencia
a cada bocanada de oxígeno
que mi alma ya no quería transpirar.

jueves, 13 de septiembre de 2012

La mentira que se escribe

Las palabras desaparecen. Huyen con la rapidez de una frase sólo dicha a medias, inconclusa e imposible de cerrar. Siempre parece quedar algo por decir, una última sentencia, una aclaración final. Las palabras se diluyen al fluir por la comisura de unos labios que titubean: expresiones que acaban por parirse a disgusto.
Es mentira lo que dicen: las palabras no reconfortan; y sin embargo, es lo único que nuestras voces consiguen mezclar con la angustia, lo único que se confunde con el grito. ¿Cómo abrir la boca y expulsar la bilis de lo que se siente? ¿Cómo hacerlo si el corazón no entiende de lenguajes? Es por ello por lo que las palabras nos mienten. Pero quién sabe: tal vez lo dicho nos haga enredarnos en un bucle de sentidos que no se escuchan cuando se cruzan, como voces de videntes que no se solapan en el compás arrítmico de lo expresado.
Así, a cada reloj de cuco renovado, vamos removiendo nuestro mutismo entre la selva caótica de los nombres. El verbo nunca se hace carne y el nombre es descubierto encubriendo su inexistencia.
Sin embargo, un sin embargo tan profundo que todo embarga, las palabras son el engaño que nuestra piel transpira con mayor fuerza. Es esa ilusión que nadie espera ni desea que acabe. ¿Qué será de este yo mío, andamio endeble, sin ese acto de derramamiento que es escribir, ese verter la savia especial de los suspiros, ese cuaderno de Bitácora de la nave náufraga de mí mismo?
Pero escribir también es una lucha, una lucha contra las voces de una esquizofrenia rara, ese pozo de “yoes” que se gritan en voz baja en una habitación cerrada. Bendición y condena, escribir es marcar con tinta la piel del corazón y su melancolía, como un tatuaje que surge de sentir el peso y el pulso: renglones como líneas de vida que hacen de las palabras esos traidores ilógicos que nos llevan a intentar gritar lo indecible, esas verdades, que si son dichas, sólo pueden expresarse en un susurro a hurtadillas.