viernes, 14 de diciembre de 2012

La hoja y su secreto


Miraba la hoja. De vez en cuando, se tocaba el pelo y pasaba una mano por su cabeza,  se acariciaba a sí misma y se pasaba su pequeña melena por detrás de la oreja. Mientras tanto, miraba la hoja. El folio en blanco seguía frente a ella. Sus ojos parecían escrutarla. La hoja, a su vez, parecía querer decirle algo que ella no alcanzaba a asimilar, tal vez por no entenderle, tal vez por no querer oír. Ella insistía. Ella miraba la hoja. 
De vez en cuando, sacaba un reloj roto de su bolsillo y escrudiñaba una hora congelada. Las tres y cuarto era su hora y siempre lo sería. Ella no tenía horas, tan sólo una: las tres y cuarto dirigía los pasos intranquilos de su vida. Un vaso de agua descansaba en la mesa. Junto a él, una barra de carmín roja y, un poco más allá, una vieja foto arrugada. En la fotografía, alguien no tenía rostro. Era tan solo una espalda, un pelo alborotado y castaño; era alguien mirando un secreto ignoto. Lo que la persona de la foto miraba nadie más volvería a verlo.
Ella, consciente de ello, se preguntaba por su nombre, y por qué aún no lo había encontrado. Volvía a colocarse el pelo detrás de las orejas, volvía a acariciarlo. Volvía a fijar la vista en el espacio en blanco del folio, blanco como el verdadero abismo de su propio espacio; sólo para escudriñarlo, tratarlo con cuidado y a veces con dureza, para domesticarlo. El flequillo, a menudo, conseguía molestar su vista y ella soplaba. Al remover el aire, no sólo removía la molestia de sus cabellos castaños, a veces dorados con el sol, también removía sus fantasmas, una molestia mayor. Zurciendo una sonrisa, tiñendo sus labios rojos de un hálito, parecía removerse ella misma.
El trajín de una terraza, un día cualquiera, no la perturbaba. El camarero pasaba una y otra vez delante de su mesa; la miraba con ojos insidiosos, interrogantes a veces. Se preguntaría lo evidente: ese por qué tan socorrido. Lo más probable es que él se fuera, más tarde a su casa, con el final de un día de propinas míseras, y ahí escudriñara a su vez un folio en blanco. En ese mismo instante, ella, con fortuna, ya habría aprendido a escucharle.
Sus ojos seguían fijos. Su exterior iluminaba su rostro con un resplandor leve en el cutis, ignorante por completo de la convulsión, la tormenta, las nubes negras que precipitaban una lluvia que sabía a lágrima. La tranquilidad aparente ocultaba un caos invisible. Pero, ¿cómo aprender a apaciguar la tormenta si esa tormenta aún no había sido definida? ¿Cómo saber si ella misma había sido definida? Esa era su vida y su esquema: la huida y al mismo tiempo la búsqueda de una definición, por muy aparente, por muy superficial que fuera. Ella, quizás, buscaba en esa hoja sin letras algo que la definiera, sin impresiones tipográficas y sin palabras. Ella sabía que la hoja escondía ese secreto que pondría el punto final y el punto de partida. Por esa y otras razones que ni siquiera entendía, ella miraba la hoja. 

jueves, 13 de diciembre de 2012

Intentar acercarse a la verdad, por un alumno ignorante


Ayer, nuestro profesor de Teoría del Conocimiento nos lanzó, casi a bocajarro, con la fuerza de un impacto, una pregunta incomodísima, de esas que te pueden quitar el sueño: ¿qué es la verdad?
Después de hacer el ridículo en clase intentando aclarar mis ideas en voz alta (craso error), me di cuenta de que esa es una pregunta irresoluble. Yo, personalmente, no me veo lo suficientemente valiente como para saber en qué diablos consiste eso de la verdad. Por supuesto, mis compañeros de clase pergeñaron respuestas bien válidas, aunque no creo que fueran demasiado propias (con perdón), si es que es eso posible. Yo, muy torpemente, acepté ponerme en ridículo intentando buscar una definición que fuera mía. Esta definición, por supuesto, tenía bastante de ridícula, bastante de inexacta y bastante de errónea.
En el trayecto a mi casa, algo deprimido, mi cabeza comenzó a fabricar interrogantes con el vértigo solamente posible de un caos epistémico. ¿Qué diablos es la verdad? Supongo que a la primera conclusión que llegué es que no tenía ni la más remota idea de en qué consistía, y no (creo yo) por ignorancia, sino por un intento de rigor, tal vez, suicida. No obstante, no es esto esa ignorancia socrática; es, ciertamente, una ignorancia real y asumida, pero que no se queda ahí.
Ante una pregunta así, uno/a sólo puede masticarse los sesos, para luego regurgitarlos (mis disculpas por lo peliaguda de la imagen) e intentar sacar algo en claro de un amasijo de pensamientos. ¿Qué es la verdad? A voz de pronto, tras haberme atormentado con un caos de preguntas, diré que la verdad es hallar un estado de certidumbre. No obstante, esto ni siquiera es la verdad misma, sino su consecuencia, el poso que deja en una mente que se interroga. He aquí mi problema: me veo incapaz de aproximarme a la verdad de una forma directa y transversal. Parafraseando a Ortega, sólo puedo ir dando rodeos.
Así que, si la primera seguridad que puedo tener de la verdad es la propia seguridad, es decir, la certidumbre, sólo me queda por decir que la verdad es una quimera, un ilusorio estado, una meta que no se alcanza. La certidumbre, como la verdad, es tan sólo un ensueño. Pero, ¿certidumbre? ¿Certidumbre de qué? Puedo hallarme en un estado de incertidumbre holista, es decir, una incertidumbre global y, sin embargo, encontrar la certidumbre al creer que algo es cierto. Y aquí es donde comienza el problema: ¿puedo estar claramente seguro/a de mi certidumbre particular? No lo creo. Como he dicho antes, resulta fruto de un autoengaño (el caso paradigmático bien puede ser René Descartes, que buscó encontrar aquello de lo único que podía estar seguro, y creyendo haberlo encontrado, siglos después descubrimos que se había equivocado, que se había engañado a sí mismo). Si siempre hay algo que me hace dudar, no puedo encontrar la verdad. Sí, la verdad no es una, es múltiple. Pero, entonces, ¿es eso verdad? ¿No deberíamos abandonar una categoría como tal, que casi da vértigo, y asumir de una vez por todas que lo que hay no es verdad (o verdades) sino puntos de vista, enfoques, posiciones? Soy partidario de esta propuesta.
La vida es la primera maestra en eso de la incertidumbre. El vivir bien puede ser eso: preguntas que se solapan y se yuxtaponen, dudas irresolubles y otras que respondemos temporalmente, como un simulacro, para hacer de esto del existir un lugar más llevadero. La filosofía, en mi opinión, debería ser filo-alétheia, una búsqueda (o un amor) de la verdad; y como toda búsqueda, un desesperado intento que no termina por alcanzarse. Así, la verdad, que no sé exactamente qué es, sí puedo saber que elimina mi tormento. Pero, paradójicamente, aquello que elimina el tormento es la fuente de dicho tormento, o al menos, va solapada con esa fuente inexorable: la vida misma. Al no poder alcanzar la certidumbre, mi búsqueda me lleva a caer en una espiral de duda, y esta duda no es un fracaso, quizás sea la mayor aproximación al éxito. Por eso, en mi opinión, podemos invertir la tesis con la que he comenzado este ensayo en miniatura, y decir: la verdad, si se acerca a algo, eso es la incertidumbre. Sólo en el preguntarse, cuestionarse, y no conformarse con el simulacro de una respuesta podemos ver de qué está hecha la verdad: de preguntas cuyas respuestas van caducando con el tiempo, respuestas que no son sino una leve contingencia. En su contingencia, todas las respuestas que podamos elaborar van a acabar pereciendo. Por eso hay tanto de pluralidad y de levedad en la aproximación a la verdad, porque nosotros mismos, los buscadores, tenemos en nosotros mismos tantísimo de leves, de plurales y de contingentes, porque la propia vida va fabricándonos como seres que, lentamente, van convirtiéndose ellos mismos en pregunta.

P.D.: consciente de no haber dado en realidad  una respuesta a ¿qué es la verdad?, me he limitado a pergeñar, torpemente y con la inexactitud propia de alguien que en realidad ignora, una aproximación a cuán paradójica me resulta a mí su búsqueda. Por supuesto, estas breves respuestas aceptan todo tipo de críticas y aproximaciones. He de confesar que esto sólo es un intento de poner en orden, y por escrito, mi propia incertidumbre.

lunes, 3 de diciembre de 2012

Sea cual sea tu nombre


Aunque tu voz no me vea,
sé que permaneces
como el rastro que dejan las evidencias
en un nicho de hojas secas;

y aunque no sepa pronunciarte,
ni tan siquiera hacer de ti algo firme,
sé que eres el culpable
de esa fosa común de los silencios,
o del óxido en eso que antes parecía seguro
y que ahora, tal vez por prisa
o tal vez por derrota,
sólo es una arruga más en la memoria.

De la soledad, sin embargo, sólo fuiste un cómplice incómodo,
una excusa y un fracaso,
tal vez una crónica apenas susurrada.

Las malas noticias a veces llevaban tu nombre, sea cual sea.

domingo, 18 de noviembre de 2012

Cerrar las persianas


con Sophía Navarro Cases.





La melancolía se filtra por la persiana,
huecos que resguardan los secretos
del frío de la ciudad ruidosa,
ahí donde se abren espacios que sirven de cueva.

Es ahí donde el tiempo se escapa
y se desparrama en un semáforo que hace de espera:
¡ámbar que nunca cambia, que nunca acaba!
La luz roja será el límite de un camino vagabundo.

La incertidumbre se acrecienta por el incesante sonido
del silencio.
Sudor, pulso y vida se mezclan en un suspiro que se delata en aullido.

Sólo puedo cerrar los ojos,
limitarme a cerrar las persianas
que me ocultan una verdad más allá de mí mismo,
me traen la piel a mi mente que sólo quiere despegar.

Pero mi ser permanece en ese paso de cebra
que carece de líneas.
Se posa en el asfalto y se ancla
como ese semáforo pausado en ámbar.

Todo seguirá inmóvil si no llega el aire a esta vida viciada.

sábado, 20 de octubre de 2012

Le livre des morts



Me pregunto a qué huele un instante, ese enmascarado siempre en la presencia del silencio. Tal vez se parezca a ese olor dulce de la muerte como a memoria y a flores secas. Es posible que ahí sea donde aún resista la vida en bruto, “impulida” e “inbarnizable”, esa mezcla indistinta entre bios y zoé. Quizás sea ese instante imposible de oler lo que crea esa no-identidad del espejo, o de la habitación de persianas cerradas donde el silencio se hace violento, se acerca más al grito que el grito mismo, adquiere el color de una nota húmeda o una garganta seca. Callar puede ser el significado.
Si la palabra muerte fuera veraz, tendría que ser impronunciable, inadmisible, intratable; debería estar ahí en cada esquina donde un reloj va creando un diario de vacío, con renglones rítmicos al son de una melancolía, algo pathético.
Con el olfato agudizado, intento quebrar lo inquebrantable, abrir una brecha en un espacio particular de ninguna parte: sólo en ese no-lugar que huele a cementerio puedo alcanzar mi gesta. El amor sufriente puede que sea un atajo merecido, un amour fou regenerador. Quizás sea ahí donde esa vida en bruto se presencie. Lo bello y absurdo de este aroma es que, precisamente, es todo él aroma, y sin embargo, ¿por qué se escabulle de mi nariz como una quimera quijotesca? No responder es clave.  
Puede que, al fin y al cabo, esa vida indistinta no se distancie demasiado de la propia muerte, y puede que ese instante se entremezcle demasiado bien con ella. Al fin y al cabo, ¿no decía alguien que la muerte es verdaderamente la absoluta afirmación? Y ¿no es el silencio un modo extraño de muerte? 

lunes, 1 de octubre de 2012

Otra vez tarde


Hay versos que se escriben tarde,
como abrazos que se dan
cuando se escapan los trenes
del andén de las despedidas;

como esas manos que se aferran al irse,
al marcar en la piel las distancias,
a ese tacto  de la nostalgia.

Y aquí tienes estos versos
que, como sangre, sólo saben a una herida
que nos hacen los relojes y los kilómetros,
la cicatriz de un fracaso suturado
con un consuelo de piano y medianoche.

Y si se acercan los desenlaces,
poco importará lo demás;
como un final de cine,
de tiempo y de recuerdo,
se cerrarán las páginas
de esta historia que sabe a derrota
y que llega, como siempre,
otra vez tarde.

viernes, 28 de septiembre de 2012

Impulso de actos dramáticos


Impulso de actos dramáticos:
así es el roce de tu voz en mi inconsciente,
una confesión de deseos azarosos,
o un segundo de desorden
en el aire que transpiran nuestros cuerpos.

Contigo el caos se hace poesía;
Conmigo sueles cerrar un círculo perfecto
que sólo se dejaba ver en los portales,
a escondidas,
con susurros que se hacen piel
y se vuelven sudor
cuando terminas por convulsionar el aire.

Un segundo que se paraliza.
La muerte se degüella en una mirada
que cura heridas
de las que nadie se acuerda.
Una música, una escena improvisada,
un recuerdo que hace espacio en un cuerpo
que se desprende al caer la noche
en tu efervescencia. 

jueves, 27 de septiembre de 2012

Trazos de ceniza


Hice trazos de ceniza en una ciudad durmiente;

paso a paso,
consumí mi nombre en vasos de humo,
en espejos que desdibujé en la pared
o en la sangre que hice poesía.

Deambulé despacio haciendo de mí una distancia.

miércoles, 19 de septiembre de 2012

Renglones para ti


Tú ahí: un vestido nuevo y una sonrisa descarnada, tu aire de fiesta y tu sonrisa con ganas de jugar a perdernos; horizonte como decorado para ti, como una estampa apenas improvisada, una imagen que guardar en la piel. Tú como siempre: tu baile, tu cabello rubio despeinado, el rímel y el pintalabios que siempre acaba en mí. Tú y tus besos catárticos que voy almacenando uno a uno, haciendo inventario de todo aquello que me redime. Tu magia. Mi suerte.
No me escuches cuando oteo una mala melancolía, o un hastío raro que hace de mí ese perro verde que te enamoró, ese tipo que mira el vacío con ojos fijos y va apartando todas las preguntas de aquella existencia suya mientras camina. Al fin y al cabo, ese chico juega a perderse para que tú lo busques. Y ese chico no soy sino yo; ya sabes, dicen que la vida se va zurciendo a base de tragicomedias. Y contigo todo es una escena fugaz, eterna y rápida, un barrido y un fundido en negro. Jamás morirán las azoteas, ese cielo azul intenso, eléctrico, desbordante, y ese beso a oscuras –quien nos diría hace tiempo que robarlo acabaría siendo la mejor opción.


martes, 18 de septiembre de 2012

Demasiadas ventanas


Demasiadas ventanas,
pares de ojos que desnudan un cuerpo viejo,
una vida enjuta que tapa sus vergüenzas
en una habitación fangosa,

o tan sólo un espejo roto
para no multiplicar los testigos.

El pasado se hizo una fecha
y una carta solitaria. Algo maltrecho,
o una mala noticia,
un mal actualizar el presente
que no ha sabido seguir en pie.

Gota a gota,
fui tomando constancia de una crónica indeseada,
una ilustre agonía que parecía disfrazarse de engaño.
Este vacío será al fin y al cabo una ingrata compañía.

Y aunque respirase el mundo,
mi tráquea fue derramando un aire seco.
Fui sintiendo el tacto ácido de mi existencia
a cada bocanada de oxígeno
que mi alma ya no quería transpirar.

jueves, 13 de septiembre de 2012

La mentira que se escribe

Las palabras desaparecen. Huyen con la rapidez de una frase sólo dicha a medias, inconclusa e imposible de cerrar. Siempre parece quedar algo por decir, una última sentencia, una aclaración final. Las palabras se diluyen al fluir por la comisura de unos labios que titubean: expresiones que acaban por parirse a disgusto.
Es mentira lo que dicen: las palabras no reconfortan; y sin embargo, es lo único que nuestras voces consiguen mezclar con la angustia, lo único que se confunde con el grito. ¿Cómo abrir la boca y expulsar la bilis de lo que se siente? ¿Cómo hacerlo si el corazón no entiende de lenguajes? Es por ello por lo que las palabras nos mienten. Pero quién sabe: tal vez lo dicho nos haga enredarnos en un bucle de sentidos que no se escuchan cuando se cruzan, como voces de videntes que no se solapan en el compás arrítmico de lo expresado.
Así, a cada reloj de cuco renovado, vamos removiendo nuestro mutismo entre la selva caótica de los nombres. El verbo nunca se hace carne y el nombre es descubierto encubriendo su inexistencia.
Sin embargo, un sin embargo tan profundo que todo embarga, las palabras son el engaño que nuestra piel transpira con mayor fuerza. Es esa ilusión que nadie espera ni desea que acabe. ¿Qué será de este yo mío, andamio endeble, sin ese acto de derramamiento que es escribir, ese verter la savia especial de los suspiros, ese cuaderno de Bitácora de la nave náufraga de mí mismo?
Pero escribir también es una lucha, una lucha contra las voces de una esquizofrenia rara, ese pozo de “yoes” que se gritan en voz baja en una habitación cerrada. Bendición y condena, escribir es marcar con tinta la piel del corazón y su melancolía, como un tatuaje que surge de sentir el peso y el pulso: renglones como líneas de vida que hacen de las palabras esos traidores ilógicos que nos llevan a intentar gritar lo indecible, esas verdades, que si son dichas, sólo pueden expresarse en un susurro a hurtadillas.  

jueves, 19 de julio de 2012

Soñemos otra vez con París




Soñemos otra vez con París,
esas calles en las que nunca estuvimos,
esos rincones difuminados
del opaco rastro de los sueños.

¿Tan tarde llegamos de nuevo?
Siempre con el reloj retrasado
y París demasiado lejos.

Hoy las paredes nos cierran el paso
en este rincón que no elegimos,
a tanta distancia de las postales
que nos enseñan a jugar
con el tiempo y el espacio,
a fingir que ya no existimos
y hemos amanecido
en Montmatre atardeciendo.

Soñemos de nuevo con la vida que nunca tuvimos.

miércoles, 27 de junio de 2012

La noche de vuelta



La noche.
Otra vez de vuelta.
El cielo negro me presenta sus vacíos
y la ventana me ofrece el desierto.

Una luz se enciende.
La ciudad respira en el edificio de enfrente
mientras yo juego a fingir que no existo
y a que las palabras logran escapar
de la boca como ese grifo abierto,
esa huida que cruza la pereza en la madrugada.

Ahora es noche cerrada y tú duermes;
ahora es tu recuerdo y yo me quedo sin almohada,
sin espacio para mí mismo.
El insomnio hoy se hace carne
y yo voy contando sus latidos
como ese metrónomo que pausa los segundos
y los hace avanzar más lento:
lento como lo inmóvil que teme moverse
por miedo a despertarse,
por no tener que conducir hacia el horizonte
y chocarse con las líneas del decorado.

Es ese instante extraño
en el que el mundo entero
se ha pedido tiempo muerto.

viernes, 8 de junio de 2012

Dos



Qué importará que el vacío nos atrape, que la soledad nos oprima, poco a poco, casi sin que nos demos cuenta, y nos veamos ser islas desiertas en un océano demasiado oscuro. Qué importará nada de eso si podemos tocarnos, si conseguimos rozarnos al escaparnos una mañana o una tarde a eso de las ocho, cuando la luna ya sale a nuestra vista y va indicándonos el camino de los sueños. Qué más dará si siempre terminamos por encontrarnos en el medio de las vías, en el mismo cruce de vidas en el que un día nos dimos de bruces, nos chocamos el uno con el otro, y nos miramos, nos sumergimos en esa mirada de la que aún no hemos salido, ese abrazo anterior y ulterior al mismo tiempo con el que gustamos fundirnos, esas palabras suaves al oído, ese callar después en pos de no derramar ni uno sólo de nuestros latidos. 
Nos tenemos y nos tendremos…y nos añoramos, nos deseamos, un día, un tiempo, una eternidad que desajusta las horas en ese mundo que vamos creando con cada cita grabada en la memoria, cada tarde de tranquilidad, de esa paz que sólo se siente al erizarse la piel con cualquiera de tus caricias. De poco valen ya los vacíos, no si tú permaneces ahí, contemplándome con esos ojos enamorados que tanto adoro, esos ojos avellana vestidos de negro que van iluminando las esquinas de sombras de esa habitación extraña que solemos llamar mi mente. 

viernes, 25 de mayo de 2012

La carrera que se detiene


Ayer, como en los mejores momentos, explosionó con la fuerza de lo fortuito y fugaz algo que, en el día anterior, sólo había sido un acto improvisado. Los alumnos y profesores del Grado y Máster de Filosofía de la Universidad de Zaragoza nos convocamos en Asamblea General cual Sala del Juego de la Pelota de ese 89 del mil setecientos. El resultado ha sido un parón indefinido de las clases en dicha carrera. Los motivos son de sobra evidentes. La criminalidad del Gobierno de España, que insta en crear desigualdad e injusticia, en quitarnos lo que es nuestro y dárselo a unos pocos que devienen oligarquía, el empobrecimiento de un sistema de educación en sí ya pobre y deficiente…son la causa principal de esta protesta que no hace sino unirse a toda una serie de movimientos sociales que han surgido, casi de forma redentora y sanitaria, como un “otro” a lo impuesto, en estos últimos tiempos y, en especial, estos últimos meses.

Aquí presento el pequeño e improvisado comunicado que ayer se creó y que resume (para qué más palabras) lo acaecido:
“La Asamblea de Filosofía, que incluye a alumnado y personal docente del Grado y Máster de la carrera de Filosofía, ha decidido realizar a partir de hoy, día 24 de mayo,  un parón indefinido de las clases para expresar su rechazo frente las actuales medidas tomadas por el Gobierno en materia de educación. Durante el tiempo que se prolongue la iniciativa se desarrollarán actividades alternativas y acciones de lucha. Hacemos un llamamiento al resto de la comunidad universitaria para que se una a esta propuesta”.  

miércoles, 23 de mayo de 2012

Huele a desigualdad


Se nota por las calles, ahí donde pisamos el suelo y nos sentimos incómodos, ahí donde se respira mal y no sabemos muy bien qué es lo que lo causa. Se siente ahí donde no puedes evitar girar la vista, o, por el contrario, quedarte muy quieto y observando, sin dar crédito a lo que ves o lo que oyes. Se percibe en una sensación inquieta, oscura y gris, siempre aletargada en ti mismo como una huella que perdura, ese tipo de huellas que sólo surgen cuando algo está mal y ese mal es intolerable. Y da igual por donde andes, aunque recorras fronteras, aunque te sientas un ser nómada que hace de su cuerpo su pasaporte. Poco importa. 
La atmósfera se agita ahí donde una bomba invisible está a punto de estallar, en ese segundo en el que el grito de ira se vuelve efectivo, donde la performance de la vida mísera arranca unos aplausos tristes. HUELE A DESIGUALDAD. Huele a injusticia. Las vidas que también lo huelen siempre fruncen el ceño; saben que algo se pudre: no somos otra cosa que nosotros mismos. Nos pudrimos todos en este desaire y este salto mortal, siempre vertical, siempre hacia abajo, siempre en el barro en el que, poco a poco y sin apenas darnos cuenta, nos vamos hundiendo poco a poco. 
Y repito que no importa de donde venga el olor, pues se encuentra en todas partes, en todas las esquinas de algo que nos parece apacible, en cada rincón o tras cada puerta. Huele a desigualdad en Shangai, en la antigua Yugoslavia, en la Rusia de Putin, la Italia de Monti, en las favelas de Río, en los campamentos saharauis, en las calles de Nueva York, o incluso aquí, en el barrio donde he crecido, San José, con ese aire suburbano que tanto se ha notado siempre en la nariz y con el que hemos venido aprendiendo. 
¿Dormirán bien por las noches aquellos cuya opulencia tiene como consecuencia la miseria de tantos otros? ¿Se sentirán bien los déspotas, los dictadores, los banqueros y los magnates? Puede que ellos también sientan ese olor incómodo y que, no obstante, huelan en cambio sus perfumes para mejor soportarlo. Mientras ellos fingen saber vivir sus vidas, nosotros apuramos las nuestras, en este sinsentido prefabricado, intentando no derramarla e ir saltando los agujeros que su opresión va creando en nuestro camino: esas nadas que desprenden ese olor putrefacto, olor incómodo, olor insoportable…olor a esa desigualdad tan interesada.


miércoles, 16 de mayo de 2012

Para que no te marches


Te venderé de nuevo esta noche.
Te venderé a mis sueños alegres
para que vayas construyendo mi camino;
te venderé por cuatro duros
y te volveré a comprar para que no te marches.

Te ataré bien fuerte con mis brazos.
Te ataré con los nudos de tu pelo
y haré que permanezcas sentada,
mirándome de nuevo otra tarde,
en una de esas donde no existen las paredes.
Te ataré bien fuerte para que no te marches.

Respiraré profundo
y terminaré por inhalarte,
absorberte poco a poco,
toda tú, descompuesta en tu perfume.
Te saborearé y te retendré
en lo más dulce de mis pulmones.
Te respiraré hondo para que no te marches.

jueves, 3 de mayo de 2012

Unnamed


Diremos hoy: “¿dónde están las esquinas de nuestros abismos; dónde las paredes de esta jaula nuestra invisible?” Pareciera que flotan los interrogantes. Van danzando a nuestro alrededor al son del Lago de los Cisnes y, de vez en cuando, se lanzan contra nosotros, siempre queriendo hacer daño, siempre consiguiéndolo. Poco a poco, nos vamos escondiendo de las agujas fúnebres del tiempo. “Pero, ¿qué es el tiempo?”, preguntas, “¿debemos escribirlo con mayúsculas o susurrarlo con la voz pequeña de aquello que se teme pronunciar? ¿debemos omitir su nombre e ignorar las agujas?” “El tiempo es algo que sólo se siente”, respondo. 
“¿Quién soy yo?”, inquieres, “¿qué es esa parte de mí que dice yo? ¿Por qué hay una otra cosa que no sea yo?” Me pongo un dedo en la boca y te hago enmudecer. Pronto te acaricio, pero tú desapareces, te escondes en las líneas de fuga de las paredes, formas parte del misterio indecible de lo que no cesa de envolverme, como esas niñas extrañas del cuadro de Klee. Pronto descubro que no eres; pronto descubro que sí eres; pronto descubro que no soy; pronto descubro que sí soy. ¿Qué ser y no ser? Esa no es la cuestión. No obstante, algo me dice en mí ̶ puede que seas tú ̶ que no vas a volver, y algo me dice que no eres nada distinto que yo, no eres un “otra cosa”. Tus preguntas son las mías, tu piel mi quimera. Al son de Satie, voy nadando entre el flotar inerte de todos los interrogantes, voy merodeando por este vacío que creo que es el mío, isla desierta y hastío a la primera hora de la tarde de un miércoles caduco. Ya no puedo gritar más improperios contra la metafísica, ya no puedo maldecir más a eso del Ser y el Devenir, cuando soy agua embarrada en la corriente de un flujo que arrastra mi “mal-vivir” y mi “mal-estar”. ¿Servirán hoy las nocturnas de Chopin como consuelo? ¿Servirá de algo sumergirse en los abismos libertinos del tocador de Sade?
El preludio parece cerrarse, como el telón de fondo de todo desconsuelo. Tu preciosidad es la ausencia, pequeña, y se vive siempre en la carne: ausencia de respuestas en el absurdo de esta existencia endeble, de este “Dasein” agonizante, de este maldecir al viento que acabe con el tiempo. Nos quedarán al menos los conciertos de Rachmaninov como reclamo, bucearemos en los rostros tristes de Buffet y en ese hastío permanente del spleen. No vas a volver esta noche. Ahora sólo queda el solipsismo más absurdo de la cueva nefasta de la habitación cerrada a cal y canto, sólo un “estoy aquí y estoy agonizando”. Será mejor así, de todos modos; dejemos que las preguntas sigan flotando suspendidas, dejemos que las vías descarriladas de este tren frenético sigan oxidándose, dejemos que las ideas se derramen de los cráneos como una presa abierta. Dejemos, simplemente, que la locura nos invada los huesos como el rocío nocturno de una luna llena.

sábado, 21 de abril de 2012

50 dólares para el tocador


50 dólares para el tocador;
eso es todo por ahora, Lula Mae.
Seré el ser más cobarde,
la rata más miserable,
la decepción constante de un ser cabizbajo.

Guardaré silencio en los momentos más inoportunos
mientras gritas, arañas y te quejas
al son del uquelele astillado de tus silbidos,
siempre con la vista cansada
por el brillo constante de tus diamantes.

Haré enmudecer las escaleras oxidadas,
el vaivén de tus vestidos de gala
y la sonrisa impecable de las tardes en Manhattan.
Haré llorar la autoestima
y la inquieta mirada de tus días rojos,
siempre con el hálito esquivo de las noches por contrato.

Te esperaré en Tiffany’s todas las mañanas,
sobre todo cuando se vuelvan grises las aceras
con la lluvia despistada de la Quinta Avenida.
Esperaré con los trapos empapados,
aguardándote en silencio,
con Gato en las rodillas.
Te esperaré en la jaula de todas las lágrimas
con las que siempre oxidas las cadenas
que te atan a este lugar caduco.

lunes, 26 de marzo de 2012

Nocturna




Otra noche más la vuelta a casa.
De nuevo la losa de los pasos vacíos.
Otra vez las esquinas y los rastrojos
de las sombras desgranadas
y los silencios más turbios.

Los hombros encogidos, las manos cerradas.
(¿Sabría contar todas las melancolías
que se iluminan siempre con los semáforos?;
esas melancolías de los suspiros herméticos
que se cruzan con pensamientos nocturnos).

Siempre la mirada hacia ninguna parte,
parte escondida
en lo que siempre se siente ausente.

De nuevo la triste puerta de casa;
dentro aguarda la cueva fría
donde espera el vaso de las lágrimas sueltas.
¿También hoy habré ido dejando
el mismo rastro de tinta
y el mismo manchar las aceras
con mi sangre más sincera?

Tras de mí, las huellas inconfundibles
de los versos arrojados,
arrugados, sucios, despreciados;
los versos que tarde o temprano
se van confundiendo con los ojos cerrados
y las ideas mal pensadas
del nuevo amanecer de engaños renovados.

miércoles, 14 de marzo de 2012

Tu pantomima


Al final, termina por ser cierto
que somos ríos indomables,
nubes flotantes,
pensamientos ambiguos
que se escapan a las rutinas.
Ya lo asegurabas cuando extendías las alas,
creabas vientos con las sonrisas
y vestías el aire al primer toque de carmín.

Será verdad que somos veletas,
nudos incandescentes,
sonidos diatónicos discordantes,
máscaras y murallas,
semillas extrañas de incertidumbres.
Ya lo afirmabas al perder los días
en el nirvana tranquilo de tu cosmos
y al medrar tus sonrisas
al transpirar los acordes rebeldes.

Yo terminé por aceptar los mandatos
del manifiesto de tus ojos esmeralda
y las ondas más hipnóticas del vaivén de tus danzas.

La soledad se vuelve el capricho de los inconformistas;
las vidas, sólo átomos que divisan compañías;
nosotros, el estúpido dúo de las locuras inciertas,
sentido asimétrico del inútil quemar de las tardes.

Tú en tu graciosa pantomima,
y en las verdades incoherentes
del roce de tus labios en mis neuronas.
Yo afirmaba y asentía,
seguía la lógica de la delicia de lo ilógico
y me sumergía en el correveidile
de todos los momentos en los que saltabas al vacío.
Yo era la marioneta consumida
por el trote confuso de la magia hilarante,
retazos de ceniza en busca de los secretos
que sólo arañaban la superficie.

domingo, 26 de febrero de 2012

26 de febrero


¿Cómo te has despertado esta mañana? ¿Habrás abierto los ojos con una sensación extraña? ¿Te habrás acercado al calendario y te habrás dado cuenta de hoy todo vuelve a empezar?
Los días han dado la vuelta. Los números han vuelto todos al origen, el punto fijo de todos los comienzos, aquél que siempre se repite en la rueda de la fortuna y la desdicha que siempre nos atosigaba. Cuán distinto se ve ahora el mundo, ahora que nada se redime y, al mismo tiempo, se consumen las páginas pasadas.
Todo comenzó en un día como hoy, hace tanto y tan poco tiempo. Las luces de la ciudad temblaban en una noche de niebla y frío. Tú también temblabas. El vaho que escapaba de tu boca no era sino la materia escondida de mis suspiros y mi nerviosismo. Fuimos comiéndonos la noche a cada paso de asfalto. Mientras, la ciudad salía de fiesta. Tú y yo nos dirigíamos hasta la última parada, la de las despedidas. Tu mano se juntó con la mía con aquel calor suave y dulce que mataba todas mis soledades. Tu tibieza era más poderosa que todas las ráfagas gélidas de cierzo mientras desgranábamos nuestras vidas en la conversación de los nuevos descubrimientos.
Sentados, llegó el beso que abrió la vereda de tantos otros — ¿dónde están ahora? —, acudió a los labios que no tardaron en compartir sus alientos. Supimos entonces que todo iba a ser distinto; dimos portazo a la soledad y cambiamos nuestras vidas en aquel 26 de febrero…tan distinto del que ahora nos persigue y nos tortura. ¿Qué habrás vivido hoy, en este día marchito en el que ya se ha hecho de noche? ¿Habrás abierto tu memoria? ¿Qué has sentido hoy al cruzar nuestras miradas? 

lunes, 13 de febrero de 2012

Demasiado tarde (confesión trasnochada II)



Siempre es demasiado tarde para las palabras precisas
y los abrazos acertados;
siempre demasiado pronto para el romper de las fotos,
para el callar de los besos y el nacer de los silencios.

Perduras ausente; el corazón late en el olvido.
Sólo queda almacenar noches de insomnio
y más preguntas que sollozan sin respuesta.

Siempre parecen inadecuados los consuelos
y las manos en el hombro de miradas vacías.
Siempre se hace tarde para las despedidas amargas.

El binomio se disgrega con el último escalofrío:
los huesos se rompen al romper las lágrimas
y comienza el avanzar de las horas más autocompasivas.

¿Dónde estás ahora que el suelo se abre ante nuestros pasos?
¿Cómo te sientes ahora que el uno es por fin sin dos?
En mí quedan los restos del maullido desamparado,
la misma expresión de desesperación contenida
que subyacía en el instante en el que abriste los océanos.

Ahora te vuelves una idea dañina, recuerdos que me desequilibran
y me hacen resbalar por la pendiente del vacío compungido.
Imposible salir afuera; no cuando todo parece una quimera,
la gran pantomima, el verdadero esperpento:
tú, el amor y las esperanzas.

Confesión trasnochada


Los engranajes de mi existencia siguen atascados en la misma nostalgia inherente. Siempre termino por castigarme, por fustigarme, por maldecir…siempre termino por humillarme al perderme. Nada cambia. Sigues siendo la misma imagen pesada en la memoria. Las noches comienzan a ser la lucha encarnizada,  batalla homérica contra los recuerdos incómodos que trasnochan en la almohada. Siempre vence el recuerdo de tu desprecio, las miradas esquivas, las palabras mal digeridas, los besos que ya me negabas: todo aquello que aún clava su dedo en una llaga infectada por la eternidad más malintencionada —intención involuntaria, de esas que tanto duelen —. ¿Qué queda ahora en ese devenir lento de los días absurdos? Sólo los despojos inertes de lo que desechaste de tu vida, por sobrarte, por ya no gustarte, por dios sabe qué. Sólo sé que soy un ser-para-ti, pensado y diseñado para echarte de menos en las distancias siempre involuntarias, con los suspiros más patéticos al son de la música más melancólica.
Y no aprendo a fingir, como tú parecías hacer al mirarme. No aprendo a crear murallas con cada muesca en la pared de esta mente cadavérica; y no sé reconciliar el sueño, ni liberarme con algún grito imperecedero que haga toser la garganta y escupir toda la nostalgia. Sigo siendo el mismo mártir de todos los delirios, el mismo que te echa de menos igual que lo hacía en el duelo de aflojar y estirar correa, el mismo que dejaba que corriera su ánimo en las tardes de safari donde no había sino lágrimas sueltas.
Malditas sean las batallas que siempre pierdo en el insomnio. Maldita seas tú y maldito yo por decirlo. Maldito yo por seguir amándote en estas horas tardías, instante trasnochado en el que es siempre demasiado tarde. 

sábado, 28 de enero de 2012

Desfile


Transcurre el desfile de los días. Nada percibo. Sólo hay una intuición en mis neuronas que nace del cosquilleo más profundo. Por fin comienzo a encontrar el sinsentido a todo intento; como consecuencia, la fatiga de unos ojos desbordados. Ante mí solo hay muros de cristales, a veces opacos, a veces reflectantes de una imagen que es al mismo tiempo mía y del desfile. ¿Por qué siempre aparecen los mismos síntomas en los minutos ambiguos de un instante flotante? Misma angustia, mismo dolor de sienes que surge en el trasfondo de las retinas y se proyecta en la bilis de un escaparte de última moda, misma náusea que hormiguea en la gabardina de hacer la ronda de los paseos tristes y las putas solitarias.
Nadie lee nunca la cartilla, ni el manual de instrucciones ajado de tanto no usarlo; nadie apaga nunca los semáforos y hace que nos atasquemos. Nada avanza sin que nada deje de avanzar. Todo se mueve en el mismo centrifugado, eterno retorno de pasar hojas de un sentido a otro desocupado. Así quedan las arrugas, teñidas del carmín de los ocasos tardíos, retocadas por el barman amigo: todos viejos y nadie sin serlo, sin sueño sincero y el placer de no cumplirlo. ¿Harán copagos de nuestros desmanes al tomar el té con la clarividencia? ¿Cobrarán por hacernos pasear por los laberintos oníricos más idiotas? El desfile de los momentos pintorescos se atasca, desde el manchado cuaderno de Bitácora hasta los fax desfasados en las habitaciones cerradas de la memoria. Quizás mañana perciba aquello que he venido buscando. 

martes, 17 de enero de 2012

Turbulencia


Las paredes comienzan a diluviar
con la última señal del teléfono.
Se forma la espiral,
bucle perfecto de todo mal de cabeza.
Tu imagen sigue anclada en el escritorio
y en la mente que sólo tiene para ti derramamientos.

Me dices que no llore; te enfadas,
Te irritas al ver un corazón roto
lanzado y vomitado frente a tu cara.
Todo parece inundarse con el pitido prolongado,
señal de infarto definitivo de la esperanza.

El color se diluye.
El negro se convierte en signo.
¿Cómo salir a flote con tu portazo?
Has decidido romper con todo, cerrar los ojos,
ajustar la venda de los egoísmos
y no afrontar el agua amarga.
No importa que te ame,
ni que se fundan, de golpe, todas las luces,
ni que los pozos ya no tengan fondo.
Tu decisión gana sentido con el segundo destrozado.

¿Cómo puedo ahora soportar el peso de los días?
Quizás la inconsciencia sin autoconciencia
sea la respuesta exacta:
pérdida de mí mismo para afrontar tu pérdida.

Espiral de neuronas desesperadas.
Las lágrimas ya llegan al techo.
Tú destrozas las paredes pero me sigo ahogando;
fabricas más despojos con miradas apáticas
y el minutero es el eterno después que ya por nada avanza:
atascarse en el momento exacto
de los males de amores más inexactos,
safari y caza de tu voluntad frente a mi flaqueza,
mismo titubear de soliloquio sincero de un nosotros irrecuperable.

Mis mejillas se oxidan, se secan y se cuartean.
He agotado el depósito de sentimientos por derramar;
sólo queda permanecer a la espera
del adiós que se ultima con el rehuir de las miradas.

¿Acudirán los créditos a este fin dramático?

lunes, 2 de enero de 2012

Año Nuevo, mentira piadosa


Ser 2012 y sentir pánico. Otro año más en la lista de cicatrices por contar, otro calendario por comprar. Los días han vuelto a dar la vuelta. El uno se convierte en dos y todo vuelve a empezar. 2 de enero, peor que mañana, no mejor que ayer: será mentira eso del hacer del porvenir lugares más agnósticos. Llega el año de los mayas, benditos ellos y sus chorradas. Ahora sólo pululan falsos mitos. Al menos, trabajarán los semiólogos en España mientras los demás miramos y vamos restando minutos en los relojes de la cola del paro.
¿Alguien contó con que no siempre todo es lo que deseamos y que las heridas no regeneran con el cambio de año? Dejemos que la gente disfrute del impás de pensarse afortunados, quimera tediosa de vendar las miradas y apretar el nudo con cada uva en la garganta. Ahí vuelve a aparecer: el mismo ritual de siempre. La abuela felicitando el año nuevo mientras el cuñado de alguien ya ha empezado a empinar el codo. En la minúscula tele, de nuevo la insufrible gala de las viejas glorias con laca y lentejuelas.
La redención no llega con el espectáculo de la pantomima; ni siquiera al hacer de cada campanada palabras tragadas en la garganta. Sólo acontece el mismo transcurrir de todas las medianoches en la que la manecilla de los minutos vuelve al doce. Pero no importa, el ritual de creernos dichosos ya hace tiempo que ha surgido; y ahí se queda, atascada, siempre, la misma verdad incómoda, sentada en una silla, sola, tapada por el abeto, para que no se la vea; es la verdad del amargor que poco endulza los turrones, el fundir de las bombillas navideñas, el finiquito de ese espíritu navideño tan bien fabricado.
Y no, no importa. Porque aquí llega, de nuevo, callada pero presente, la realidad del día ulterior que caduca la fiesta: la verdad que aparece a la mañana siguiente, con el despertar del reloj irritante y las mismas nubes cenicientas al otro lado de la persiana; la verdad de saber que tras el impás de Año Nuevo, todo vuelve y comienza.