con la última señal del teléfono.
Se forma la espiral,
bucle perfecto de todo mal de
cabeza.
Tu imagen sigue anclada en el
escritorio
y en la mente que sólo tiene para
ti derramamientos.
Me dices que no llore; te
enfadas,
Te irritas al ver un corazón roto
lanzado y vomitado frente a tu
cara.
Todo parece inundarse con el
pitido prolongado,
señal de infarto definitivo de la
esperanza.
El color se diluye.
El negro se convierte en signo.
¿Cómo salir a flote con tu
portazo?
Has decidido romper con todo,
cerrar los ojos,
ajustar la venda de los egoísmos
y no afrontar el agua amarga.
No importa que te ame,
ni que se fundan, de golpe, todas
las luces,
ni que los pozos ya no tengan
fondo.
Tu decisión gana sentido con el
segundo destrozado.
¿Cómo puedo ahora soportar el
peso de los días?
Quizás la inconsciencia sin
autoconciencia
sea la respuesta exacta:
pérdida de mí mismo para afrontar
tu pérdida.
Espiral de neuronas desesperadas.
Las lágrimas ya llegan al techo.
Tú destrozas las paredes pero me
sigo ahogando;
fabricas más despojos con miradas
apáticas
y el minutero es el eterno
después que ya por nada avanza:
atascarse en el momento exacto
de los males de amores más
inexactos,
safari y caza de tu voluntad
frente a mi flaqueza,
mismo titubear de soliloquio
sincero de un nosotros irrecuperable.
Mis mejillas se oxidan, se secan
y se cuartean.
He agotado el depósito de
sentimientos por derramar;
sólo queda permanecer a la espera
del adiós que se ultima con el
rehuir de las miradas.
¿Acudirán los créditos a este fin
dramático?
Buf, me ha producido muchísima empatía este texto, de verdad: el vocabulario está muy cuidado, pero no por ello deja de transmitir una sensación de realidad temible...
ResponderEliminarSaludos!