martes, 17 de enero de 2012

Turbulencia


Las paredes comienzan a diluviar
con la última señal del teléfono.
Se forma la espiral,
bucle perfecto de todo mal de cabeza.
Tu imagen sigue anclada en el escritorio
y en la mente que sólo tiene para ti derramamientos.

Me dices que no llore; te enfadas,
Te irritas al ver un corazón roto
lanzado y vomitado frente a tu cara.
Todo parece inundarse con el pitido prolongado,
señal de infarto definitivo de la esperanza.

El color se diluye.
El negro se convierte en signo.
¿Cómo salir a flote con tu portazo?
Has decidido romper con todo, cerrar los ojos,
ajustar la venda de los egoísmos
y no afrontar el agua amarga.
No importa que te ame,
ni que se fundan, de golpe, todas las luces,
ni que los pozos ya no tengan fondo.
Tu decisión gana sentido con el segundo destrozado.

¿Cómo puedo ahora soportar el peso de los días?
Quizás la inconsciencia sin autoconciencia
sea la respuesta exacta:
pérdida de mí mismo para afrontar tu pérdida.

Espiral de neuronas desesperadas.
Las lágrimas ya llegan al techo.
Tú destrozas las paredes pero me sigo ahogando;
fabricas más despojos con miradas apáticas
y el minutero es el eterno después que ya por nada avanza:
atascarse en el momento exacto
de los males de amores más inexactos,
safari y caza de tu voluntad frente a mi flaqueza,
mismo titubear de soliloquio sincero de un nosotros irrecuperable.

Mis mejillas se oxidan, se secan y se cuartean.
He agotado el depósito de sentimientos por derramar;
sólo queda permanecer a la espera
del adiós que se ultima con el rehuir de las miradas.

¿Acudirán los créditos a este fin dramático?

1 comentario:

  1. Buf, me ha producido muchísima empatía este texto, de verdad: el vocabulario está muy cuidado, pero no por ello deja de transmitir una sensación de realidad temible...
    Saludos!

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