
Nadie lee nunca la cartilla, ni
el manual de instrucciones ajado de tanto no usarlo; nadie apaga nunca los
semáforos y hace que nos atasquemos. Nada avanza sin que nada deje de avanzar.
Todo se mueve en el mismo centrifugado, eterno retorno de pasar hojas de un
sentido a otro desocupado. Así quedan las arrugas, teñidas del carmín de los
ocasos tardíos, retocadas por el barman amigo: todos viejos y nadie sin serlo,
sin sueño sincero y el placer de no cumplirlo. ¿Harán copagos de nuestros
desmanes al tomar el té con la clarividencia? ¿Cobrarán por hacernos pasear por
los laberintos oníricos más idiotas? El desfile de los momentos pintorescos se
atasca, desde el manchado cuaderno de Bitácora hasta los fax desfasados en
las habitaciones cerradas de la memoria. Quizás mañana perciba aquello que he
venido buscando.
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