Siempre
es demasiado tarde para las palabras precisas
y los
abrazos acertados;
siempre
demasiado pronto para el romper de las fotos,
para el
callar de los besos y el nacer de los silencios.
Perduras
ausente; el corazón late en el olvido.
Sólo
queda almacenar noches de insomnio
y más
preguntas que sollozan sin respuesta.
Siempre
parecen inadecuados los consuelos
y las
manos en el hombro de miradas vacías.
Siempre
se hace tarde para las despedidas amargas.
El binomio
se disgrega con el último escalofrío:
los
huesos se rompen al romper las lágrimas
y
comienza el avanzar de las horas más autocompasivas.
¿Dónde
estás ahora que el suelo se abre ante nuestros pasos?
¿Cómo
te sientes ahora que el uno es por fin sin dos?
En mí
quedan los restos del maullido desamparado,
la
misma expresión de desesperación contenida
que
subyacía en el instante en el que abriste los océanos.
Ahora
te vuelves una idea dañina, recuerdos que me desequilibran
y me
hacen resbalar por la pendiente del vacío compungido.
Imposible
salir afuera; no cuando todo parece una quimera,
la gran
pantomima, el verdadero esperpento:
tú, el
amor y las esperanzas.
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