Los engranajes de mi existencia siguen
atascados en la misma nostalgia inherente. Siempre termino por castigarme, por
fustigarme, por maldecir…siempre termino por humillarme al perderme. Nada
cambia. Sigues siendo la misma imagen pesada en la memoria. Las noches
comienzan a ser la lucha encarnizada, batalla homérica contra los recuerdos
incómodos que trasnochan en la almohada. Siempre vence el recuerdo de tu
desprecio, las miradas esquivas, las palabras mal digeridas, los besos que ya
me negabas: todo aquello que aún clava su dedo en una llaga infectada por la
eternidad más malintencionada —intención involuntaria, de esas que tanto duelen
—. ¿Qué queda ahora en ese devenir lento de los días absurdos? Sólo los
despojos inertes de lo que desechaste de tu vida, por sobrarte, por ya no
gustarte, por dios sabe qué. Sólo sé que soy un ser-para-ti, pensado y diseñado
para echarte de menos en las distancias siempre involuntarias, con los suspiros
más patéticos al son de la música más melancólica.
Y no aprendo a fingir, como tú parecías hacer
al mirarme. No aprendo a crear murallas con cada muesca en la pared de esta
mente cadavérica; y no sé reconciliar el sueño, ni liberarme con algún grito
imperecedero que haga toser la garganta y escupir toda la nostalgia. Sigo
siendo el mismo mártir de todos los delirios, el mismo que te echa de menos
igual que lo hacía en el duelo de aflojar y estirar correa, el mismo que dejaba
que corriera su ánimo en las tardes de safari donde no había sino lágrimas
sueltas.
Malditas sean las batallas que siempre pierdo
en el insomnio. Maldita seas tú y maldito yo por decirlo. Maldito yo por seguir
amándote en estas horas tardías, instante trasnochado en el que es siempre
demasiado tarde.
No hay comentarios:
Publicar un comentario