
“¿Quién soy yo?”, inquieres, “¿qué es
esa parte de mí que dice yo? ¿Por qué hay una otra cosa que no sea
yo?” Me pongo un dedo en la boca y te hago enmudecer. Pronto te
acaricio, pero tú desapareces, te escondes en las líneas de fuga de
las paredes, formas parte del misterio indecible de lo que no cesa de
envolverme, como esas niñas extrañas del cuadro de Klee. Pronto
descubro que no eres; pronto descubro que sí eres; pronto descubro
que no soy; pronto descubro que sí soy. ¿Qué ser y no ser? Esa no
es la cuestión. No obstante, algo me dice en mí ̶
puede que seas tú ̶ que
no vas a volver, y algo me dice que no eres nada distinto que yo, no
eres un “otra cosa”. Tus preguntas son las mías, tu piel mi
quimera. Al son de Satie, voy nadando entre el flotar inerte de todos
los interrogantes, voy merodeando por este vacío que creo que es el
mío, isla desierta y hastío a la primera hora de la tarde de un
miércoles caduco. Ya no puedo gritar más improperios contra la
metafísica, ya no puedo maldecir más a eso del Ser y el Devenir,
cuando soy agua embarrada en la corriente de un flujo que arrastra mi
“mal-vivir” y mi “mal-estar”. ¿Servirán hoy las nocturnas
de Chopin como consuelo? ¿Servirá de algo sumergirse en los abismos
libertinos del tocador de Sade?
El
preludio parece cerrarse, como el telón de fondo de todo
desconsuelo. Tu preciosidad es la ausencia, pequeña, y se vive
siempre en la carne: ausencia de respuestas en el absurdo de esta
existencia endeble, de este “Dasein” agonizante, de este maldecir
al viento que acabe con el tiempo. Nos quedarán al menos los
conciertos de Rachmaninov como reclamo, bucearemos en los rostros
tristes de Buffet y en ese hastío permanente del spleen. No vas a
volver esta noche. Ahora sólo queda el solipsismo más
absurdo de la cueva nefasta de la habitación cerrada a cal y canto,
sólo un “estoy aquí y estoy agonizando”. Será mejor así, de
todos modos; dejemos que las preguntas sigan flotando suspendidas,
dejemos que las vías descarriladas de este tren frenético sigan
oxidándose, dejemos que las ideas se derramen de los cráneos como
una presa abierta. Dejemos, simplemente, que la locura nos invada los
huesos como el rocío nocturno de una luna llena.
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