sábado, 20 de octubre de 2012

Le livre des morts



Me pregunto a qué huele un instante, ese enmascarado siempre en la presencia del silencio. Tal vez se parezca a ese olor dulce de la muerte como a memoria y a flores secas. Es posible que ahí sea donde aún resista la vida en bruto, “impulida” e “inbarnizable”, esa mezcla indistinta entre bios y zoé. Quizás sea ese instante imposible de oler lo que crea esa no-identidad del espejo, o de la habitación de persianas cerradas donde el silencio se hace violento, se acerca más al grito que el grito mismo, adquiere el color de una nota húmeda o una garganta seca. Callar puede ser el significado.
Si la palabra muerte fuera veraz, tendría que ser impronunciable, inadmisible, intratable; debería estar ahí en cada esquina donde un reloj va creando un diario de vacío, con renglones rítmicos al son de una melancolía, algo pathético.
Con el olfato agudizado, intento quebrar lo inquebrantable, abrir una brecha en un espacio particular de ninguna parte: sólo en ese no-lugar que huele a cementerio puedo alcanzar mi gesta. El amor sufriente puede que sea un atajo merecido, un amour fou regenerador. Quizás sea ahí donde esa vida en bruto se presencie. Lo bello y absurdo de este aroma es que, precisamente, es todo él aroma, y sin embargo, ¿por qué se escabulle de mi nariz como una quimera quijotesca? No responder es clave.  
Puede que, al fin y al cabo, esa vida indistinta no se distancie demasiado de la propia muerte, y puede que ese instante se entremezcle demasiado bien con ella. Al fin y al cabo, ¿no decía alguien que la muerte es verdaderamente la absoluta afirmación? Y ¿no es el silencio un modo extraño de muerte? 

3 comentarios:

  1. ¿A qué huele un instante?
    Un instante tiene que oler a lluvia, a humedad, bastante paradójico siendo los instantes destellos de luces; fuegos artificiales que explotan llenando el cielo de pólvora colorida y brillante, pero que al segundo, ¡zas! Desaparecen paulatinamente dejando paso a otro nuevo fuego, a otro que sea el protagonista de toda nuestra atención.

    Los instantes tienen que oler a lluvia porque ésta es indefinible. Igual es cierto y se entremezcla el olor de la muerte, como en una tormenta repleta de rayos. Pero de vez en cuando, el olor de un instante se camufla con el de la vida… puede que, tal vez, las pequeñas gotas que caen sobre tu nariz, tengan la fragancia de los instantes gratos y bellos.

    Tu pensamiento está repleto de recuerdos, de instantáneas que sucedieron, de un olor a humedad que se percibe sólo con abrir una de tus ventanas.

    Sophie

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  2. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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    1. Por favor, Jonatan, limítate a comentarios que merezca la pena leerlos, no a decir la primera tontería que se cruce por tu cabeza. Agradezco las críticas que se puedan llamar críticas, no esto.

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