martes, 23 de agosto de 2011

La crueldad del calendario

Su rimel estaba apagado y su pintalabios fuera de cobertura. No había respuesta. Las llamadas de miradas silenciosas habían dejado de funcionar, como todo lo demás. Ella miraba el horizonte con aire inexpresivo, en ejercicio de ignorar el mundo. Los recuerdos estaban todos desparramados por el suelo, unos visibles y otros bocabajo, siempre en blanco y negro y con la marca inconfundible de las Polaroid. No eran más que el reflejo de tantas sonrisas desperdiciadas, tantas esperanzas absurdas desprendidas al suelo y olvidadas en ese mismo lapso de tiempo en el que caían. Todo siempre tan absurdo, como las sonrisas fingidas que aún nos mentían.

Intentamos abrazarnos. Los intentos siempre fueron eso, sólo intentos vanos. Por lo que sus manos se cerraron y mis ojos cabecearon; miraron al suelo en señal de asimilación. Ella empezó a reír, con fuerza, con energía, pataleando la atmósfera viciada que no nos atrevíamos a respirar. Yo la miraba con la misma cara inexpresiva que ella portaba segundos atrás, la misma, sin moldear.

Los minutos nunca avanzaban y sin embargo el calendario siempre se llenaba de nuevos días por tachar, nuevos reproches por acumular, nuevos gritos por callar. Y mientras, nosotros permanecíamos en el silencio de los cobardes que no se atreven a romperlo; siempre sin hacer nada, por miedo y por falta de todo, de valor, de ilusión, de ganas, de esperanza. Sin fuerzas ni siquiera de poner el fin al capítulo y olvidar. No. Era mejor mirarnos y gritarnos sin abrir la boca, de lanzarnos trastos a la cara sólo con la expresión de los ojos, siempre turbios, siempre mojados. Dejamos que todo marchase y que nada fluyese. Nos convertimos poco a poco en agua estancada en una habitación inundada, donde el agua nos ahogaba y a nosotros nos daba por boquear, como peces a los que se les ha olvidado nadar.

Nos permitimos el lujo de perdernos, de perdernos y caer, de perdernos y maldecir, de perdernos y dejar de sentir, dejar de ver los corazones que terminaron por estallar. Éramos ella y yo en el odio del amor. Éramos ella y yo buscando el significado a un nosotros que nunca supimos coser. Y así nos quedamos, inertes, en un intento frustrado de nada, con miedo atroz a todo. Así nos quedamos, callados y en silencio, acumulando días en el calendario, marchitando fotos en blanco y negro.

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