• 1ªpers.
El sueño comienza a invadirme y llena mi mente de ideas absurdas. No menos absurdo es el mundo que me rodea —disfrazado de miradas lánguidas y cansadas que observan un punto muerto a través de la ventana —. Yo soy uno de ellos, uno de tantos que simplemente se despereza en el duro asiento esperando su parada.
Qué decepcionante es ser uno más de una masa, ser sólo un número…y a la vez no ser nada (deseando ser mucho). El tiempo es un reloj estropeado; inmerso en un minuto eterno, una secuencia que se repite, el mismo “tic-tac” que reitera mis dudas en un sonido inagotable.
De repente, en el lejano mundo de ese vagón de metro, se oye la familiar voz profetizadora y la misma frase de siempre: “próxima estación:…” Abro los ojos (que sin querer había cerrado) y vuelvo a observar el hormiguero. La velocidad del tren aminora y las catacumbas oscuras de ingeniería nacional dan paso a un violento haz de luz y a un visible cartel con el nombre de la estación. Las puertas se abren. Mis pies, autómatas inconscientes, avanzan dando traspiés y salgo del vagón movido por la corriente.
Llego tarde.

• 3ªpers.
Él permanece, quieto (muy quieto), con la cabeza apoyada en el cristal de la ventana, observando la oscuridad de un túnel negro: su vida.
Su mente va oscilando como un péndulo entre ideas adormecidas y una realidad triste y decadente (tan triste y decadente como sus dudas, como su propio yo). El metro avanza. Su figura apenas se percibe. Él tampoco percibe la lógica ambigua y cruel de ese mundo absurdo que oprime sus neuronas.
Él permanece. Mientras, su mente se agita y se va ahogando lentamente entre interrogantes que nadan en la bañera del tiempo, cruel sin-sentido que muerde creando heridas en sus pensamientos. La voz masculina habitual del metro resuena en sus vagones y Él despierta del sueño de las dudas confusas, apartando su vista de ese punto muerto de la oscuridad de la ventana y de su propio yo. La velocidad del tren comienza a descender y se para con un movimiento suave y gradual. Como consecuencia, el hormiguero comienza a agitarse y Él se une a esa corriente demográfica que se escapa del vagón.
El mundo lo espera ahí arriba. Él quiere hacerse de rogar. Suspira su cansancio y su nostalgia. El bucle vital sigue repitiéndose en ese minuto eterno de la existencia. La ciudad de oprime, pero Él la ama y la necesita, como toda relación de corazones sangrantes. Le saluda al salir y el sol de abril baña su cara. Observando el hormigón del mundo, mira su reloj atrasado. Son las treinta horas del mediodía.
Llega tarde.
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